28/9/15

Obviedades sobre las elecciones en Catalunya

1. Las elecciones —quien quiera que sea que diga lo contrario— no han sido un plebiscito ni referéndum. En estos, las opciones son de 'sí' o 'no' respecto a una propuesta, y así es como se cuentan los resultados. Por ejemplo: ¿Es usted partidario de la secesión de Cataluña del estado español? Se establece previamente la mayoría necesaria para que la propuesta sometida a votación se apruebe: mayoría simple, absoluta, cualificada, etc.. Por otra parte, los partidos hacen campaña a favor del sí o del no o de la abstención. Estas condiciones no se han dado en lo que no ha sido sino unas elecciones al Parlament. Es de un oportunismo desvergonzado que quienes decían, y con razón, que lo que se iba a celebrar no era un referéndum —muchos lo decían sin perjuicio de avisar de los males que, según ellos, vendrían con la separación—, digan ahora, para arrimar el ascua a la sardina unionista, que la mayoría de los catalanes no quiere la independencia. Y, como no se cuentan los resultados por 'sí' o 'no', se cuentan por los escaños obtenidos por cada partido como en toda democracia representativa. Por cierto, que no tengo muy claro cómo cuentan los síes y los noes, entre otras razones porque me da la impresión de que cuentan sólo los votos de los partidos que han obtenido escaño. Y digo yo que entre los que no lo han obtenido habrá de todo: que quieran —o no— la independencia o que les importe un pito. Aquí a los votantes de dos partidos se les supone partidarios de la independencia y a los votantes del resto se les supone contrarios a ella... o no a favor, que tampoco me ha quedado muy claro. Por otra parte, los votantes de un partido no están, o muy raramente, al 100% de acuerdo con las propuestas del partido al que votan. No sé por qué tiene que haber sido decisivo el asunto de la independencia, en un sentido o en el otro, a la hora de decidir el voto de cada elector.

2. La conclusión de la anterior obviedad es que pretender averiguar —y, sobre todo, pretender hacer valer— los apoyos a una independencia mediante unas elecciones al parlamento es una auténtica chapuza que no puede dar lugar más que a equívocos y engaños. Me parece claro que en un referéndum el número de síes y noes no sería necesariamente el mismo que el que ahora se calcula, unos interesadamente y otros por ignorancia, con tan peculiar método.

3. Como en todas las elecciones a un parlamento tiene que surgir un gobierno que tendrá que contar con la aprobación de la mayoría en cada medida legislativa que pretenda.

4. El gobierno así elegido podrá adoptar legítimamente cualquier medida con el único límite de la legalidad. Así, si el gobierno que surja del nuevo parlamento catalán decide declarar la independencia de Cataluña estaría en su perfecto derecho… siempre que esa declaración no vulnere la ley: ¡atención al subrayado! Así es que no es cierto que no sea posible declarar la independencia porque no la apoye una mayoría de votos, sino, en todo caso, por ser ilegal, si es que lo es, cuestión esta de la ilegalidad en la que ni entro ni salgo: allá el gobierno con el asunto.

27/9/15

Cultura política

Oído esta tarde en un bar: "…porque estoy seguro de que Mas ha votado no". Pobre Rajoy, nadie le ha hecho caso aunque se ha hartado de decir que estas no son unas elecciones plebiscitarias; hasta el propio Mas ha depositado la papeleta del NO.
Leído en El País de hoy (Savater): "Cuando veo una bandera española es como cuando veo una bandera de la cruz roja: señala un sitio en que seré atendido". El Estado como ONG.

25/9/15

Mi muro (VIII)

20/9/15

El jarrón

Aprovecha Rajoy cualquier ocasión para asegurar que mientras él gobierne no se romperá la unidad de España. Pero, por lo visto, afirmar esto no le impide advertir —a la vez que le ayudan los más variados espontáneos— de las diez plagas que caerían sobre una Catalunya independiente. Afirmaciones contradictorias, que se excluyen la una a la otra: si la unidad no se puede romper porque ahí está él y su gobierno fuerte para impedirlo no puede haber ocasión para las calamidades que anuncia sobre Catalunya.
Pero a él esta contradición no le echa para atrás. A una persona tan falta de escrúpulos y tan fulera —lo ha demostrado desde los tiempos en que fue ministro— no le importa jugar con dos barajas porque lo que de verdad le importa es ganar elecciones. Así, en este caso, por un lado emplea —con la inestimable colaboración de otros mandamases, incluido el rey, intelectuales, banqueros, empresarios, periodistas, novelistas...— la estrategia de intentar meter miedo a los secesionistas. Y, por otro, pretende mantener o aumentar el voto de los unionistas. Esto es lo que de verdad le importa al personaje, aun a riesgo de un reconocimiento implícito de la impotencia del gobierno para hacer frente a una independizada Catalunya, por mucho que presuma de que tiene "mecanismos" para hacerlo. Y es que una cosa es sancionar a quien se salta la raya y otra volver a la situación anterior. Una cosa es —dicho con metáfora algo engañosa— castigar a quien rompe el jarrón y otra recomponer éste o, más difícil, devolverlo a su estado original.

18/9/15

El gobierno del miedo

El gobierno y su partido aprovechan cualquier ocasión para advertir de la ilegalidad de una eventual independencia de Cataluña, de su in-cons-ti-tu-cio-na-li-dad... ¡pufff!, cuesta escribirlo. Al mismo tiempo sugieren que porque es un imposible legal no se va a producir. Pero ¿de cuándo acá el que algo sea ilegal impide que se haga? De ahí que, a la vez, uniéndose al coro del Pp, los partidos de la oposición y los medios de prensa y propaganda, que son casi todos, así como empresarios e intelectuales, nos detallen las calamidades que le sobrevendrían a una Catalunya independiente. No me parece que tratar de meter miedo sea sólo una táctica electoral (reprobable aunque sólo sea desde el punto de vista democrático, una democracia de la que se les llena la boca) para tratar de evitar una eventual declaración de independencia, sino que más bien es un reconocimiento implícito de que si esa declaración se produjera el gobierno no podría impedirlo. Un reconocimiento de la impotencia del gobierno o del estado (cada vez me cuesta más ver la diferencia). ¿Por qué, si no, el gobierno en vez de asustar no trata de tranquilizar garantizando que una independencia declarada por el parlament catalán se quedaría en eso, en una mera declararación sin consecuencias? ¿No está en condiciones de garantizarlo? ¿Tal vez no lo crea ni el mismísimo presidente del gobierno?

16/9/15

Breve

[X]


Hoy, todos los periódicos, o al menos los editados en Madrid, llevaban como titular principal las declaraciones de the last emperor al rey, claramente inducidas por el gobierno español, sobre la fortaleza y la unidad de España. ¿Habráse visto en los medios un caso mayor de catetez y sometimiento al gobierno?

15/9/15

Otra carta no publicada por El País

Ayer lunes envié al periódico la carta que a continuación trascribo y que, por supuesto, no me han publicado. Alguna relación tiene esta carta con mi post anterior.

«No está mal que al cabo de 40 años, más o menos, de publicación de EL PAÍS se descuelguen con un editorial [aquí] contra la salvajada del toro de la Vega. Más vale tarde que nunca, pero ¿por qué ahora? Claro que quizás lo hayan venido escribiendo cada año, con ocasión de la 'fiesta', y yo no me haya enterado. La última frase del oportunista editorial es de traca: "el maltrato por diversión de un animal hasta provocarle la muerte no es una tradición digna de mantenerse". Y a mí que me parece que esto es de aplicación a las corridas de toros de las que el diario da cumplida información. El mismo diario que tiene colaboradores que, con mucha filosofía, defienden la indefendible fiesta nacional».

6/9/15

Breve

[IX]

Cansado Savater de repetir los argumentos a favor de la indefendible fiesta nacional que aburren a las ovejas (antitaurinas), no sabemos cómo se los tomarán los toros, decide aportar otro, recurriendo, à rebours, —columna Barbarie, El País, 05/09/15— a la Iglesia, a Bildu y a Hitler: lo prohibido por estos no puede ser malo del todo. No está mal como argumento de un profesor de filosofía.