Me enteré ayer: García Calvo murió el día 1 de noviembre. No soy capaz de mejor homenaje que el de copiar algo (una brizna, de las más pequeñas además, un "ramo", pequeñísimo) de su inmensa producción literaria. Hasta siempre, poeta, narrador, traductor, filólogo, filósofo, ensayista, profesor... ¿Cómo pretender encerrarlo en una definición? Me parece mentira que haya muerto.
Aquí van dos conjuros —el 1 y el 4— de su Libro de conjuros, publicado en 1979.
Aquí van dos conjuros —el 1 y el 4— de su Libro de conjuros, publicado en 1979.
1
A ti, negrura del agua,
madre mía, mi reina mora, raíz del mundo,
maestra de niños ciegos,
aquí te conjuro.
De pensamiento vacía
calavera, preñada de algas y escaramujos,
mi luz de mi luna blanca,
aquí te conjuro.
A ti, que nombre no tienes,
yo te nombro, y por ser quien eres y por lo mucho
que con tu falta me llenas,
aquí te conjuro.
Yo mismo, a falta de otro,
yo, al que otros dicen 'tú' para hacerlo suyo,
a ti, la que ya no eres,
aquí te conjuro.
En tu regazo y tus pechos
derramando las rosas negras y el vano humo
de letras y letanías,
aquí te conjuro.
Para que huyas y vengas
y que acudas y que te vayas, que todo es uno,
que te hundas y que amanezcas,
aquí te conjuro.
Con fuertes nombres vacíos,
ordenando tu miedo mío en dorados números
de lo hondo de mí y del cielo,
aquí te conjuro,
y por Poniente y Naciente,
por delante y por detrás, por lo alto y por lo profundo
y a izquierda y derecha mía,
aquí te conjuro.
Eh madre, aquí te conjuro,
mi verdad y mentira mía, mi propio luto,
luciérnaga de mi noche,
relámpago mudo.
4
A ti, negrura del agua,
madre mía, mi reina mora, raíz del mundo,
maestra de niños ciegos,
aquí te conjuro.
De pensamiento vacía
calavera, preñada de algas y escaramujos,
mi luz de mi luna blanca,
aquí te conjuro.
A ti, que nombre no tienes,
yo te nombro, y por ser quien eres y por lo mucho
que con tu falta me llenas,
aquí te conjuro.
Yo mismo, a falta de otro,
yo, al que otros dicen 'tú' para hacerlo suyo,
a ti, la que ya no eres,
aquí te conjuro.
En tu regazo y tus pechos
derramando las rosas negras y el vano humo
de letras y letanías,
aquí te conjuro.
Para que huyas y vengas
y que acudas y que te vayas, que todo es uno,
que te hundas y que amanezcas,
aquí te conjuro.
Con fuertes nombres vacíos,
ordenando tu miedo mío en dorados números
de lo hondo de mí y del cielo,
aquí te conjuro,
y por Poniente y Naciente,
por delante y por detrás, por lo alto y por lo profundo
y a izquierda y derecha mía,
aquí te conjuro.
Eh madre, aquí te conjuro,
mi verdad y mentira mía, mi propio luto,
luciérnaga de mi noche,
relámpago mudo.
4
Yo entonaría también una danza
de ti, como antaño astuto coplero,
que a cuentas llamaba a son de pandero
papas y reyes en dulce venganza,
cantando «Señores, dejad esperanza
de que os valgan honores o cargos,
oro ni tierra, que, cortos o largos,
en el osario no rige ordenanza»;
y añadiría en nueva mudanza
«Venga el pastor de empresas y bancos,
el que esquilaba los débitos blancos,
el que de crédito henchía la panza;
venga y suscriba aquí mi libranza,
venga y verá lo que vale dinero:
todas sus cifras verá que eran cero
y qué de vacío mi cuenta se danza.
Venga a mi cita y no se retarde
por la autopista a ciento cuarenta
el mico neumático que se revienta
contra el terror de que nadie le aguarde;
alma enlatada de esencia que arde,
él, que hacia todo sin fín se dispara,
tendrá aquí su meta: de golpe mi cara
la verá fija; pero un poco tarde.
Y tú, la clienta de las galerías
del supermercado, que por la escalera
mecánica en pos de la cosa cualquiera
bajabas al cielo, al limbo subías,
entra a mi danza, y tus chucherías
saldrán de la bolsa profunda hechas humo,
consumidora de puro consumo,
tu vientre sin fondo, tus manos vacías.
También a mi danza entrad, presidentes,
jueces, ministros, y cuantos prohombres
engorda el Estado con pienso de nombres,
porque a Él lo guardéis con uñas y dientes;
vosotros que, en toda mentira potentes,
matábais seguros, con fe legislábais,
veréis quién hacía lo que ejecutabáis,
veréis de qué Dios sois ciegos sirvientes.
Y venga» te haría cantar «a mi corro
el sabio, hilandero de telas de araña,
que hacía de yerba y sangre patraña;
verá qué de claro su libro le borro.
Ven tú también, obrero modorro,
que, prole criando con santo trabajo,
vendías la vida a jornal o destajo:
yo te daré libreta de ahorro».
Y así seguiría en fúnebre chanza
llamando uno a uno a todos tus seres,
blancos o negros, y chulos, mujeres
o santos, bailando en la misma balanza.
Pero no puedo: la voz no me alcanza,
y a todos llamando, no llamo a ninguno:
porque tú solo lo llamas a uno,
y uno soy yo que cantaba tu danza.
de ti, como antaño astuto coplero,
que a cuentas llamaba a son de pandero
papas y reyes en dulce venganza,
cantando «Señores, dejad esperanza
de que os valgan honores o cargos,
oro ni tierra, que, cortos o largos,
en el osario no rige ordenanza»;
y añadiría en nueva mudanza
«Venga el pastor de empresas y bancos,
el que esquilaba los débitos blancos,
el que de crédito henchía la panza;
venga y suscriba aquí mi libranza,
venga y verá lo que vale dinero:
todas sus cifras verá que eran cero
y qué de vacío mi cuenta se danza.
Venga a mi cita y no se retarde
por la autopista a ciento cuarenta
el mico neumático que se revienta
contra el terror de que nadie le aguarde;
alma enlatada de esencia que arde,
él, que hacia todo sin fín se dispara,
tendrá aquí su meta: de golpe mi cara
la verá fija; pero un poco tarde.
Y tú, la clienta de las galerías
del supermercado, que por la escalera
mecánica en pos de la cosa cualquiera
bajabas al cielo, al limbo subías,
entra a mi danza, y tus chucherías
saldrán de la bolsa profunda hechas humo,
consumidora de puro consumo,
tu vientre sin fondo, tus manos vacías.
También a mi danza entrad, presidentes,
jueces, ministros, y cuantos prohombres
engorda el Estado con pienso de nombres,
porque a Él lo guardéis con uñas y dientes;
vosotros que, en toda mentira potentes,
matábais seguros, con fe legislábais,
veréis quién hacía lo que ejecutabáis,
veréis de qué Dios sois ciegos sirvientes.
Y venga» te haría cantar «a mi corro
el sabio, hilandero de telas de araña,
que hacía de yerba y sangre patraña;
verá qué de claro su libro le borro.
Ven tú también, obrero modorro,
que, prole criando con santo trabajo,
vendías la vida a jornal o destajo:
yo te daré libreta de ahorro».
Y así seguiría en fúnebre chanza
llamando uno a uno a todos tus seres,
blancos o negros, y chulos, mujeres
o santos, bailando en la misma balanza.
Pero no puedo: la voz no me alcanza,
y a todos llamando, no llamo a ninguno:
porque tú solo lo llamas a uno,
y uno soy yo que cantaba tu danza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario