31/12/11

Propuesta para acabar con el Año Nuevo

Con este título recibo una crónica de mi corresponsal en el planeta Rágulon, H. M., emigrado hace algo más de tres años. Me la envía con motivo de nuestras fiestas, asegurando que hasta allá arriba (¿?) llega el estruendo. (Todos los subrayados que aparecen en cursiva son suyos). Dice:

«Cuando estén a punto de dar las doce se sale usted del salón donde se dispongan a recibir al Año Nuevo. Los familiares y otros con los que vaya a celebrar el acontecimiento empezarán a protestar: unos dirán que qué hace este hombre o mujer o del sexo al que usted pertenezca; otros, que está queriendo dar la nota; otros lo tacharán de ateo o iconoclasta —"políticamente incorrecto", como dirían vuestros parlas de los más correctos— o vaya usted a saber de qué otras lindezas.
        Pues bien, cuando consiga librarse de las reclamaciones, se dirige a los automáticos del cuadro eléctrico y en mitad de las campanadas desconecta la electricidad. Naturalmente, sus invitados se quedarán con las uvas a medias, y al oír el alboroto, cohetería y pitidos de los coches con que el barrio entero celebra la llegada del Año Nuevo, y caer en la cuenta de la tomadura de pelo, unos empezarán a maldecirlo a usted y a jurar que no vuelven a su casa a comerse las uvas. Otros querrán estrellarle en la cabeza la botella de champán del brindis. Incluso puede que algunos, decepcionados y presas del pánico ante la mala suerte que piensen que les va a traer la faena que les ha hecho, corran a arrojarse por el balcón. En este último caso, usted puede hacer dos cosas (suponiendo que, al estar partiéndose de la risa, pueda usted elegir) según cómo le caiga el suicida: impedírselo o permitirle que salte.
        Otra consecuencia de su gamberrada podría ser un milagro consistente en que se produjera una avería que escacharrara sin arreglo posible el mecanismo del tiempo, y, al cesar las iras de los que le rodeen, descubrieran que la pesadilla del tiempo había terminado y nunca más habrá años. Amén.
        Se me dirá que esto último es una ilusión, a lo cual diré que, en todo caso, es una ilusión que merece la pena, no como la que os hace celebrar (¿desde los principios de la Historia?) año tras año el comienzo de cada uno, celebración con la que lo único que habéis conseguido, terrícolas, es afirmar el reinado del tiempo y el triunfo del calendario.
        Una variante de la putada del primer párrafo podría ser: Un rato antes de que empiecen a llegar los invitados, ponga a grabar el canal de la televisión con el que van a entrar juntos en el Año Nuevo (todo un síntoma, ¿verdad?, lo de empezar —¿?— el año con las campanadas de la televisión). Empiece a reproducir la grabación (que será lo que vean cuando lleguen los familiares a su casa) a pocos segundos de comenzada, con lo que habrá una diferencia entre el "directo", que le llaman, y lo que esté saliendo por la pantalla. Lógicamente, cuando, al igual que en el caso anterior, el resto del mundo termine con "las uvas de la suerte", ustedes aun no habrán acabado, y al oír el alboroto etc.»


Fin de la transcripción.

                  
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