28/2/10

Añadido a mi artículo anterior

He llamado al obispo Camino "pastor", pero creo que es un error porque al ser obispo auxiliar no tiene jurisdicción ni grey a la que cuidar.

27/2/10

El jesuita, el Rey y las ruedas de molino

Preguntado por audaces periodistas sobre la posibilidad de excomulgar al Rey por sancionar y promulgar la llamada "ley del aborto", el secretario y portavoz de los obispos españoles dijo, si no entendí mal, que no era comparable con el caso de los diputados porque mientras estos tienen la posibilidad de votar 'sí' o 'no', la acción del Rey, por el contrario, "es única".
       Esto sólo puedo entenderlo en el sentido de que el Rey, según el monseñor, sólo tiene en su mano la acción de firmar, algo que en rigor es así puesto que 'no-firmar', en sí misma, no es una acción propiamente dicha. Pero esto, por otra parte, es un sofisma porque el que el Rey al actuar sólo lo pueda hacer en un sentido —firmando la ley, y sancionándola y promulgándola por tanto— no significa que no pueda eludir la acción: bastaría con que renunciara a la jefatura del Estado.
       No obstante el sofisma del obispo portavoz, no creo haber oído a ninguno de los susodichos periodistas presentes en la rueda de prensa que le hiciera ver al epíscopo que estaba tratando de hacer comulgar con ruedas de molino, y nunca mejor dicho.
       Me parece evidente, por otra parte, la imagen que el portavoz episcopal quiere hacer llegar: por un lado los diputados, con dos botones ante ellos: el del 'sí' y el del 'no', y por otro lado, Su Majestad el Rey (como algo untuosamente —suele ser propio de obispos— y con repetición innecesaria —sería suficiente con "Su Majestad" o "El Rey"— dice el pastor eclesiástico), quien tendría ante sí un solo botón: el de la firma.
       ¿No habría sido mejor argumento el de que sancionar y promulgar una ley no es apoyarla, sino ordenar que se publique lo que YA es ley? ¿Por qué el prelado no lo emplea? Probablemente porque no las tiene todas consigo. Así pues, ante la duda de si sancionar una ley es apoyarla o no, con consecuencias diferentes en cada caso a efectos de las excomuniones eclesiales, opta por el galimatías-sofisma de la "acción única". Muy jesuítico.

P. S. Por otro lado, la campaña de rezos para que Dios ilumine al Rey a la hora de decidir (¿?) es hipócrita porque lo que pretende es que lo ilumine en un sentido determinado: en el de no firmar. A su vez, esta pretensión de que el Rey no firme (¡pero tendría que renunciar a su cargo, insisto!) para que así la ley no entre en vigor es necia a más no poder: no hace falta ser ningún eminente jurista para darse cuenta de que alguien tendría que asumir la función.


Artículo del que subscribe relacionado con este asunto:

Tinieblas

17/2/10

La dictadura del espectadorado

En dos entradas anteriores he dado cuenta de la falta de respuesta de la defensora del espectador de TVE ante una queja mía sobre la costumbre de la cadena de cortar una película apenas si empiezan a aparecer los títulos finales de crédito, incluso cuando estos se solapan con las últimas imágenes de la película: nada, sin piedad: cortan y en paz.
       Pues bien, tras insistir, ayer recibí respuesta en imeil —al que me ha faltado tiempo para responder—, asegurándome la defensora que no le constan correos míos anteriores al último, al que ella responde, y la respuesta es admirable, motivo por el que la comento.
       No voy a comentarla párrafo a párrafo, respuesta que, por otra parte, es de la defensora o de lo que a ella a su vez le han contestado —quien sea: un director, programadores, etc.—. Al final la copio íntegra para quien tenga paciencia de leerla. Comento, pues, algunos párrafos, que pongo en cursiva. (Obsérvese la jerga, que tampoco tiene desperdicio).

«Los títulos de crédito de los largometrajes son segmentos de muy larga duración (desde cinco minutos hasta incluso diez) sin contenido específico que, en el fluir de la programación [subrayado mío] de una cadena de televisión suponen una interrupción brusca de la misma [¡de la misma!, es decir, de la programación]»

       Los títulos de crédito no llegan muchas veces a cinco minutos, pero es que aunque así fuera, el problema es que no aparecen, no ya durante cinco minutos sino ni tan siquiera durante cinco segundos. ¿"Sin contenido específico"? "¡Gensanta!", que diría el Forges. Imagínese usted, improbable lector de este blog, por ejemplo, en la película Hannah y sus hermanas: empiezan los títulos en blanco sobre un fondo negro y con un excelente fondo musical, mientras se nos informa de que: Mia Farrow interpreta a Hannah; Max Von Sydow a Frederick; Dianna Wiest a Holly, etc. ¿Esto no es "contenido específico"? ¿"Interrupción brusca en el fluir de la programación"? ¡Pero qué barbaridad! Nada, nada: dejémoslo, no vayamos a provocar un trombo en la programación.

«la mayoría de los espectadores de televisión [...] agradecen poder continuar viendo su programación de televisión sin tener que esperar períodos “muertos” de 10 minutos al finalizar un producto»

       No se cómo habrán averiguado el gusto de la mayoría. ¿Han recibido tal vez un aluvión de reclamaciones —para que se supriman los títulos finales— de espectadores ansiosos por pasar a ver el siguiente "producto"? ¿Han hecho una encuesta? ¿O es lo que los programadores presuponen como gusto de la mayoría? Y aunque éste así fuera: ¿No sería un gusto averiado y que no habría por tanto por qué respetar? ¿Qué pasa con las minorías que aprecien la película hasta el último título y hasta la última nota musical? ¿No estaría, en todo caso, ese supuesto gusto mayoritario inducido por la propia práctica de la televisión? ¿No podrían aprovechar las mayorías esos "periodos muertos" (¡!), si tan insoportables les resultan, para hacer un pis antes de pasar a ver el siguiente "producto"? ¿Cómo es que esa mayoría, que probablemente quiera tener musiquita hasta en el confesionario —¿la hay ya?—, no aguanta unos minutos de música al final de una película? ¿No es bochornoso ya sólo el hecho de que se refieran al tiempo de los títulos finales como "periodos muertos"?
       Pero, volviendo a ese supuesto libre gusto de la mayoría: ya metidos en harina podrían también suprimirse no sólo los títulos finales sino los del comienzo: ¡directamente al grano! Porque al fin y al cabo, ¿le importa a la mayoría el nombre de los actores ni, mucho menos, el del director, por ejemplo? ¿Pues entonces para qué sacarlos?: se cortan y en paz. Incluso hasta se podría cortar alguna que otra secuencia de por enmedio siempre que no dañe "la obra narrativa". (Esto de "la obra narrativa" son palabras de la defensora). Ya le he advertido a doña Elena Sánchez Caballero que lo de este último párrafo mío no se lo cuente a los programadores, no vaya a ser que se lo tomen en serio y empeoremos más aun las cosas.
       Pues bien, como puede verse, lo que manda es el gusto de la mayoría, supuestamente libre y autónomo y sin determinación ni inducción ninguna. Es lo que podríamos llamar, por tanto, la dictadura del espectadorado, y perdón por el palabro, salvando, naturalmente, todas las distancias que hagan falta con relación a la histórica frase a la que alude. De esa manera, la vanguardia de tal espectadorado son... los programadores, quienes se constituyen en la guía del proletariado... digo del espectadorado, al mismo tiempo que ejecutores de sus mandatos... digo de sus gustos. Esto es la revolución... digo ¡esto es la leche!

P. S. Obsérvese la diferencia entre las cadenas comerciales de televisión y la televisión pública (¿?). Consiste en que las mismas barrabasadas con las películas, aquellas las hacen financiadas con publicidad, y la TVE las hace con los impuestos.

***


Transcripción del imeil de la defensora (las cursivas y comillas son suyas).

«Estimado Sr. García:

Muchas gracias por dirigirse a la defensora interesándose por la emisión de los títulos de crédito de los largometrajes. He remitido su escrito, junto a otros que he recibido en el mismo sentido, al Director de Antena para que conozca su opinión y sea, debidamente tenida en consideración. Asimismo, le he pedido que explicara el criterio por el que actualmente se omiten los títulos de crédito y esta es la respuesta que he recibido:

"Los títulos de crédito de los largometrajes son segmentos de muy larga duración (desde cinco minutos hasta incluso diez) sin contenido específico que, en el fluir de la programación de una cadena de televisión suponen una interrupción brusca de la misma". En su escrito, José Antonio Antón me dice que TVE se rige por el interés de la mayoría de los espectadores de televisión que "agradecen poder continuar viendo su programación de televisión sin tener que esperar períodos “muertos” de 10 minutos al finalizar un producto".

Estas decisiones corresponde tomarlas a los responsables de Programación y a la defensora respetarlas, pero tenga por seguro que recogeré su queja en el próximo informe trimestral para el Consejo de Administración, al tiempo que me propongo abrir una reflexión [¡!] en la Dirección de TVE sobre la pertinencia de mantener los títulos de crédito cuando su omisión pueda dañar la obra narrativa.

Le agradezco el interés que muestra en la calidad de las emisiones de TVE y aprovecho para enviarle un cordial saludo,

Elena Sánchez Caballero

P.D.- Respecto a que no haya tenido Usted respuesta, lamento decirle que no consta en nuestro archivo ningún correo suyo anterior. Quizá lo hizo desde otra dirección de correo electrónico.»

[Pues no: los envié todos desde la misma dirección y acusaron recibo de todos ellos].

15/2/10

TVE y su amor al cine

Han estado durante varios siglos anunciando la dichosa gala de entrega de premios Goya (que no ví: no tengo el cuerpo para semejantes ladrillos), se supone que como prueba de su amor por el cine. Pero este amor no le impide a la cadena oficial (y a todas, pero es que esta la pagamos con los impuestos) seguir cortando, inmisericorde, los títulos de crédito al final de la película porque no deben de haberse enterado de que hasta el rabo todo es toro.
       La última vez que lo perpetraron —que yo haya visto— fue con la película Luz de domingo —en un programa dedicado al cine español—, con las últimas imágenes apareciendo al mismo tiempo que los créditos. No es que la película sea precisamente para tirar cohetes, pero esa no es la cuestión. La cuestión es que semejante infame práctica es una falta de respeto al espectador.
       Y para mayor tomadura de pelo, la cadena tiene una defensora del espectador a la que ya me he quejado sin que se haya dignado contestar.
       Lo que no comprendo, por otra parte, es cómo los directores de las películas o distribuidores o quien sea no se quejan por la mutilación. ¿O es que si se quejan no les echan sus películas ni mutiladas siquiera? A ver si va a ser eso.

Harto de El País (IV)

Acabo de enviar al diario la carta que transcribo, carta que, como todas las mías, quedará sin publicar, con el tramposo argumento, que en ocasiones me han dado, de "exceso de originales y falta de espacio". La carta en cuestión:

«Al ver en la página 24 el título de una carta al director (La bicicleta en la ciudad), pico y la leo, creyendo que habla de lo que el título anuncia, pero no tiene absolutamente nada que ver con bicicletas, ni en la ciudad ni en ningún sitio, sino con no se qué historias sobre el aburrimiento juvenil. ¿Podrían tener más cuidado a la hora de titular, por favor? Porque uno no está por perder el tiempo leyendo el periódico entero a ver si coincide el texto con los titulares, sino que lo que suelo hacer es (los sólo dos días a la semana que compro el diario) leer algunos titulares, procurando obviar la apabullante publicidad y saltándome de una tacada algunas páginas, como las deportivas, y pasar a leer el texto que, según el titular, crea que me interese, interés que, por otra parte, no suele pasar de las primeras líneas, tal es el aburrimiento mortal de la prensa».